3.5.2. Carlos
Marx
3.5.2.1. El
materialismo dialéctico:
El materialismo dialéctico se opone al idealismo, en el
sentido en que considera que no existe más realidad fundamental que la materia;
pero la materia no es una realidad inerte, sino dinámica, que contiene en sí la
capacidad de su propio movimiento, como resultado de la lucha de los elementos
contrarios, (siendo la contradicción la esencia de la realidad, al igual que
para Hegel), que se expresa en el movimiento dialéctico. Así, el movimiento
hegeliano de la idea a la cosa y a su reconciliación, queda invertido, según la
famosa frase de Marx, pasando a convertirse en un movimiento que va de la cosa
a la idea y a su futura reconciliación. Todo el bagaje conceptual de la
dialéctica hegeliana es conservado por el materialismo dialéctico, pero
orientado ahora en la dirección opuesta.
El materialismo dialéctico no se opone sólo al idealismo
hegeliano, sino a toda concepción mecanicista y atomista de la naturaleza, es
decir, no finalista. "La
comprensión del total error por inversión del anterior idealismo alemán llevó
necesariamente al materialismo, pero, cosa digna de observarse, no al
materialismo meramente metafísico y exclusivamente mecanicista del siglo
XVIII" (Engels, Anti-Dühring).Se opone, pues, a la concepción que había
predominado en la ciencia en el siglo XVIII y que lo seguiría haciendo en los
siglos XIX y XX. Es propia del idealismo hegeliano la afirmación de un final
feliz de la historia, de una reconciliación de la realidad consigo misma en el
Espíritu Absoluto, como resultado mismo del movimiento dialéctico, una
finalidad que no desaparecerá del materialismo dialéctico, al conservar, como
lo hace, la dialéctica hegeliana para explicar el movimiento en la naturaleza.
Las propiedades que el materialismo dialéctico atribuye a
la materia derivan de su concepción de la misma como única realidad objetiva,
que es captada mediante los sentidos, permitiendo así su conocimiento. Del
análisis de la materia se desprende que es infinita en duración, extensión,
profundidad y movimiento. Que la materia es infinita en duración quiere decir
que es eterna, increada e indestructible, por lo que el tiempo será concebido
como una forma de existencia de la materia, constituyendo la eternidad y la
temporalidad dos contrarios dialécticos de la materia. Que es infinita en
extensión supone afirmar la infinitud del espacio. La afirmación de que es
infinita en profundidad se refiere a la inagotable variedad de formas
materiales, que se encuentran sometidas a un cambio perpetuo, es decir, a un movimiento
infinito: movimiento y materia son inseparables.
Las leyes de la dialéctica:
El materialismo dialéctico nos propone, pues, una
interpretación de la realidad concebida como un proceso material en el que se
suceden una variedad infinita de fenómenos, a partir de otros anteriormente
existentes. Esta sucesión, no obstante, no se produce al azar o
arbitrariamente, ni se encamina hacia la nada o el absurdo: todo el proceso
está regulado por leyes que determinan su evolución desde las formas más simples
a las más complejas, y que afectan a toda la realidad, natural y humana
(histórica).
Las leyes según las cuales la materia se mueve y se
transforma son leyes dialécticas. Al igual que ocurre con la dialéctica
hegeliana, que es simultáneamente un método y la expresión misma del dinamismo
de la realidad, la dialéctica de Marx y Engels encerrará ese doble significado.
No se puede convertir, sin embargo, la dialéctica en un proceso mecánico, en el
que se suceden los tres momentos del movimiento (tesis, antítesis y síntesis),
como se hace a menudo con Hegel, en un esquema mecánico sin contenido alguno.
"La dialéctica no es más que la ciencia de las leyes generales del
movimiento y la evolución de la naturaleza, la sociedad humana y el
pensamiento", dice Engels en el Anti-Dühring.
La dialéctica nos ofrece, pues, leyes generales, no la
particularidad de cada proceso. Que son leyes generales quiere decir que son el
fundamento de toda explicación de la realidad, pero también que afectan a toda
la realidad (naturaleza, sociedad, pensamiento) y que son objetivas,
independientes de la naturaleza humana. Marx y Engels enunciarán las siguientes
tres leyes de la dialéctica:
1. Ley de la unidad y lucha de
contrarios.
Siguiendo los pasos de Heráclito y Hegel, Marx y Engels consideran
que la realidad es esencialmente contradictoria. Todos los fenómenos que
ocurren en la Naturaleza son el resultado de la lucha de elementos contrarios,
que se hallan unidos en el mismo ser o fenómeno, siendo la causa de todo
movimiento y cambio en la Naturaleza, en la sociedad y en el pensamiento. Con
esta ley se explica, pues, el origen del movimiento.
Entre los argumentos que se aportan para justificar esta
explicación predominan los procedentes de las ciencias (Física, Ciencias
naturales, Matemáticas, Economía), pero también de la Historia y de la
filosofía. Entre las parejas de contrarios puestas como ejemplos podemos citar:
atracción y repulsión, movimiento y reposo, propiedades corpusculares y
ondulatorias, herencia y adaptación, excitación e inhibición, lucha de clases,
materia y forma, cantidad y cualidad, sustancia y accidentes.
2. Ley de transición de la
cantidad a la cualidad.
Hablamos de cambio cualitativo cuando una cosa se
transforma en otra que es esencialmente distinta. ¿Por qué unas cosas se
transforman en otras que tienen propiedades diferentes a las de las cosas de
las que proceden? Según la ley de transición de la cantidad a la cualidad, el
aumento o disminución de la cantidad de materia influye en la transformación de
una cosa en otra distinta. La acumulación o disminución de la materia es
progresiva, mientras que el cambio de cualidad supone una modificación radical
de la cosa, una revolución. Con esta ley se explica el desarrollo de los seres
y los fenómenos naturales, sociales, etc.
Todos los objetos de la Naturaleza poseen características
mensurables, por lo que su esencia, su cualidad, es inseparable de los aspectos
cuantitativos. Cuando una cosa pasa de poseer una cualidad a poseer otra
hablamos de "salto cualitativo". Como todo movimiento es el resultado
de la lucha de elementos contrarios, el salto cualitativo supone la resolución
de una contradicción, que da lugar a una nueva realidad, que representa un
avance en el desarrollo de la Naturaleza. El salto cualitativo no supone el
mero cambio de una cualidad por otra, sino por otra que supera, de alguna
manera, a la anterior.
3. Ley de negación de la
negación.
La ley de negación de la negación completa la anterior,
explicando el modo en que se resuelve la contradicción, dando paso a una
realidad nueva que contiene los aspectos positivos de lo negado. El primer
momento del movimiento dialéctico, el de la afirmación, supone la mera
existencia de una realidad; el segundo momento, el de la negación, supone la
acción del elemento contrario que, en oposición con el primer momento, lo
niega. El tercer momento, negando al segundo, que era ya, a su vez, la negación
del primero, se presenta como el momento de la reconciliación, de la síntesis,
recogiendo lo positivo de los dos momentos anteriores.
3.5.2.2. Sociedad Capitalista:
Para analizar la teoría capitalista de
Marx debemos tomar en cuenta dos elementos fundamentales: circulación y
producción. En la sociedad capitalista cada individuo es productor; cada
individuo produce un bien distinto que es necesario para las demás personas,
así como también son necesarios para él los bienes que los demás producen. Se
da entonces, un intercambio recíproco, que sólo es posible debido a la división
del trabajo. Para satisfacer sus necesidades cada productor (trabajador) cuenta
solamente con el tiempo que pone en actividad a su fuerza de trabajo. El
intercambio de bienes entre los productores se dará en la medida en la cual uno
entrega una cantidad de tiempo que es equivalente a la que va a recibir. De esa
manera –es decir, a través del intercambio- los productos del trabajo
manifiestan tener un valor.
El valor es una cualidad que muestran los bienes y servicios cuando éstos asumen la forma de mercancías: es decir, cuando sólo se pueden consumir tras un acto de compra-venta. El valor se constituye sólo cuando ellos son el resultado de relaciones privadas. Por ello el valor no está presente, por ejemplo, en las relaciones familiares, donde también unos pueden trabajar para otros (o para todos). Bajo las relaciones de trabajo privadas el trabajo es la fuente, medida y sustancia del valor. Por ello para Marx el valor no es una característica inherente a un objeto, sino que más bien es una característica social que proviene de las relaciones sociales específicas, históricamente limitadas.
En cuanto al dinero, es la forma general que adquiere el valor de las mercancías. La aparición del dinero transforma a los intercambiantes quienes pasan a ser, alternativamente, o vendedor o comprador (según sean poseedores de mercancía o de dinero) y también pueden transformarse en deudor y/o acreedor debido a la posibilidad de que las mercancías circulen ante la promesa de entregar dinero a posteriori.
A su vez el dinero se transforma en capital gracias a la aparición de la fuerza de trabajo como mercancía. El capital es un movimiento del valor a través del cual éste se auto- expande; es decir, el valor crece desde adentro, procreando valor. El capitalista busca, en todo momento, hacer que el dinero se convierta en capital. Para esto tiene que ocurrir un proceso de valorización y luego el capital tiene que regresar a la producción para que continúe siendo capital; es decir, no puede ser objeto de un consumo personal.
Para la acumulación de capital no existen límites, ya que cada vez que el capital vuelve a invertirse es como si fuera la primera vez; nada cuenta las veces anteriores que pudo haberse valorizado. Incrementar el capital no tiene limites, porque la única razón de ser de su circuito peculiar es incrementar la suma inicial de valor. Vemos, entonces, que la lógica central del capitalismo se concentra en la “producción de plusvalor al máximo nivel posible”. (Esto puede verse reflejado, durante una primera etapa histórica, en la mayor duración o en el incremento de la intensidad de la jornada de trabajo).
La producción capitalista se diferencia de la producción simple de mercancías, básicamente, en que en el mercado no sólo aparecen los productos sino también la fuerza de trabajo. Es decir, aquí los trabajadores no cuentan con los medios que necesitarían para producir; cuentan solamente con la capacidad de trabajar (fuerza de trabajo), por lo que lo único que pueden hacer es venderla a quienes tienen los medios para producir, y necesitan a su vez de esa fuerza de trabajo ajena.
La existencia de la fuerza de trabajo como mercancía (la cual hace posible la conversión del dinero en capital) hace que ésta, como cualquier otra mercancía, tenga valor de uso para el comprador y valor de cambio para el vendedor. El capitalista, quien se hace dueño de la fuerza de trabajo durante la jornada, y es dueño de los medios de producción (los medios de trabajo: herramientas, maquinaria, energía, materia prima, etc.) hará trabajar al trabajador durante una cierta jornada determinada por diferentes circunstancias. El capitalista entregará al trabajador el “equivalente a lo que él le ha entregado”. Para poder estimar cuanto es el valor diario de esa fuerza de trabajo se debe calcular una cantidad de dinero con la cual el trabajador compre diferentes bienes de manera que la fuerza de trabajo sea recuperada para poder ser utilizada al día siguiente.
El valor de la fuerza de trabajo (lo que el trabajador necesita para reponerla de una a otra jornada) no puede determinarse técnicamente, porque entran en consideración circunstancias que Marx denomina morales. Su determinación es el resultado del choque de fuerzas entre el capital y el trabajo. Así, en el capitalismo los seres humanos se presentan como dominantes (capitalistas) o dominados (proletarios) en el ámbito de la producción, aunque puedan ser iguales entre sí en algún otro ámbito.
Bajo las relaciones capitalistas los trabajadores son tratados como mercancías y lo único que les pertenece es su fuerza de trabajo. Los seres humanos son, según la visión liberal, un fin para sí mismos, pero en la relación mercantil son también un medio para otros.
El valor es una cualidad que muestran los bienes y servicios cuando éstos asumen la forma de mercancías: es decir, cuando sólo se pueden consumir tras un acto de compra-venta. El valor se constituye sólo cuando ellos son el resultado de relaciones privadas. Por ello el valor no está presente, por ejemplo, en las relaciones familiares, donde también unos pueden trabajar para otros (o para todos). Bajo las relaciones de trabajo privadas el trabajo es la fuente, medida y sustancia del valor. Por ello para Marx el valor no es una característica inherente a un objeto, sino que más bien es una característica social que proviene de las relaciones sociales específicas, históricamente limitadas.
En cuanto al dinero, es la forma general que adquiere el valor de las mercancías. La aparición del dinero transforma a los intercambiantes quienes pasan a ser, alternativamente, o vendedor o comprador (según sean poseedores de mercancía o de dinero) y también pueden transformarse en deudor y/o acreedor debido a la posibilidad de que las mercancías circulen ante la promesa de entregar dinero a posteriori.
A su vez el dinero se transforma en capital gracias a la aparición de la fuerza de trabajo como mercancía. El capital es un movimiento del valor a través del cual éste se auto- expande; es decir, el valor crece desde adentro, procreando valor. El capitalista busca, en todo momento, hacer que el dinero se convierta en capital. Para esto tiene que ocurrir un proceso de valorización y luego el capital tiene que regresar a la producción para que continúe siendo capital; es decir, no puede ser objeto de un consumo personal.
Para la acumulación de capital no existen límites, ya que cada vez que el capital vuelve a invertirse es como si fuera la primera vez; nada cuenta las veces anteriores que pudo haberse valorizado. Incrementar el capital no tiene limites, porque la única razón de ser de su circuito peculiar es incrementar la suma inicial de valor. Vemos, entonces, que la lógica central del capitalismo se concentra en la “producción de plusvalor al máximo nivel posible”. (Esto puede verse reflejado, durante una primera etapa histórica, en la mayor duración o en el incremento de la intensidad de la jornada de trabajo).
La producción capitalista se diferencia de la producción simple de mercancías, básicamente, en que en el mercado no sólo aparecen los productos sino también la fuerza de trabajo. Es decir, aquí los trabajadores no cuentan con los medios que necesitarían para producir; cuentan solamente con la capacidad de trabajar (fuerza de trabajo), por lo que lo único que pueden hacer es venderla a quienes tienen los medios para producir, y necesitan a su vez de esa fuerza de trabajo ajena.
La existencia de la fuerza de trabajo como mercancía (la cual hace posible la conversión del dinero en capital) hace que ésta, como cualquier otra mercancía, tenga valor de uso para el comprador y valor de cambio para el vendedor. El capitalista, quien se hace dueño de la fuerza de trabajo durante la jornada, y es dueño de los medios de producción (los medios de trabajo: herramientas, maquinaria, energía, materia prima, etc.) hará trabajar al trabajador durante una cierta jornada determinada por diferentes circunstancias. El capitalista entregará al trabajador el “equivalente a lo que él le ha entregado”. Para poder estimar cuanto es el valor diario de esa fuerza de trabajo se debe calcular una cantidad de dinero con la cual el trabajador compre diferentes bienes de manera que la fuerza de trabajo sea recuperada para poder ser utilizada al día siguiente.
El valor de la fuerza de trabajo (lo que el trabajador necesita para reponerla de una a otra jornada) no puede determinarse técnicamente, porque entran en consideración circunstancias que Marx denomina morales. Su determinación es el resultado del choque de fuerzas entre el capital y el trabajo. Así, en el capitalismo los seres humanos se presentan como dominantes (capitalistas) o dominados (proletarios) en el ámbito de la producción, aunque puedan ser iguales entre sí en algún otro ámbito.
Bajo las relaciones capitalistas los trabajadores son tratados como mercancías y lo único que les pertenece es su fuerza de trabajo. Los seres humanos son, según la visión liberal, un fin para sí mismos, pero en la relación mercantil son también un medio para otros.
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